MARIATEGUI CONTRA EL FASCISMO

ANÁLISIS DE LOS APORTES DE MARIÁTEGUI EN LA LUCHA CONTRA EL FASCISMO

Augusto Lostaunau Moscol

En la madrugada del jueves 14 de junio de 1894, nació en Moquegua el niño José Del Carmen Eliseo Mariátegui La Chira, hijo “legítimo/natural” del aristócrata limeño Francisco Javier Mariátegui Y Requejo (1849-1907) y la señora María Amalia La Chira Ballejos (1860-1946). Dice Guillermo Rouillon (1975) que:

“El nombre del recién nacido repetía el de su abuelo materno, a la vez que homenajeaba a la Virgen de esa invocación a quien encomendara la salud del retoño la atribulada madre que vistió hábito carmelita durante el embarazo” (1975:40). 

Es decir, el futuro José Carlos, nació al interior de una familia clásica de los sectores populares del Perú de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. “Hijo Natural”, entiéndase como hijo de padres no casados; con un nombre que lo liga a sus antepasados y a la religión católica; y principalmente, unido y protegido afectivamente a la línea familiar materna.

En 1909, ingresó a trabajar como ayudante de Linotipia en el Taller de impresión del diario La Prensa, gracias a su amistad con Jesús Contreras. Pero, debido a sus cualidades innatas y su lectura permanente. A partir de 1910, fue corrector de pruebas, clasificador de telegramas, cronista policial, alcanza-rejones y finalmente articulista. En La Prensa creó “las secciones “Notas al Margen”, “Actualidad Política”, “Crónicas del Momento”, “Cuentos de Hoy” y “Cartas a X”, en las cuales abarcó una diversidad de temas que le permitieron conocer mejor la realidad social que lo circundaba. Fueron años de mucho aprendizaje para el futuro Amauta.

La agresión sufrida por el joven José Carlos Mariátegui en junio de 1918 por parte de oficiales del ejército, luego de publicar su artículo El Deber del Ejército y el Deber del Estado (Nuestra Época N° 1) es uno de los capítulos más olvidados por aquellos que se preocupan por la libertad de expresión y de prensa en nuestro país. Mariátegui sostiene que:

“La oficialidad está compuesta, en un noventa por ciento, por gente llevada a la escuela militar unas veces por la miseria del medio y otras veces por el fracaso personal. La vocación militar apenas si asoma de raro en raro. Para comprobarlo basta con repararen que, mientras en otros países la aristocracia puebla los colegios militares, entre nosotros los jóvenes “decentes” burlan la conscripción” (1918:5).

El análisis e interpretación que realizó José Carlos Mariátegui en 1918 tiene elementos de enfoque clasista a través del reconocimiento de las características de la sociedad y la institución. Es decir, Mariátegui considera que en una sociedad donde la clase dominante tiene características aristocráticas-oligárquicas, las instituciones de poder son copadas por sus miembros más conspicuos. De esa manera, el Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial están copados por miembros de la clase dominante. De igual forma la Iglesia y la Universidad.

Entonces, la alta oficialidad de las fuerzas armadas también debería tener el mismo carácter de clase; pero, la ausencia de varones de la clase dominante en ellas traduce un pensamiento, es una institución “sin importancia” para los grupos de poder y, la controlan de manera indirecta, siendo muy útil sólo para ciertos casos de “emergencia” como Golpes de Estado o Reprimir a los Campesinos. Años antes, Manuel Gonzáles-Prada había escrito que:

«Un José Pardo y Barreda en la Presidencia, un Enrique de la Riva Agüero en la jefatura del gabinete, un Felipe de Osma y Pardo en la Corte Suprema, un Pedro de Osma y Pardo en la Alcaldía Municipal, un José Antonio de Lavalle y Pardo en una fiscalía, anuncian a un Felipe Pardo y Barreda en la Legación en Estados Unidos, a un Juan Pardo y Barreda en el Congreso y a todos los demás Pardo, de Lavalle, de Osma y de la Riva Agüero donde quepan. Siguen, pues, resonando en nuestros oídos, asediándonos y ensordeciéndonos los mimos nombres que tenaz y trágicamente nos persiguen desde la Independencia, nombres dignos de execración eterna y que simbolizan la vergüenza y la bancarrota nacionales” (1969:100-101).

Esto demuestra que el análisis y la interpretación de Mariátegui es correcta. Las grandes familias organizadas en el Partido Civil prácticamente controlaban todos los poderes del Estado, pero jamás se uniformaron, ni siquiera durante la Guerra contra Chile. Esta afirmación de Mariátegui, fue asumida como una ofensa por los oficiales quienes ingresaron a las oficinas del medio escrito y arremetieron contra el joven periodista. El historiador Alberto Tauro del Pino narra que:

“En la tarde del lunes 24 de junio, y dirigidos por el teniente José Vásquez Benavides, los oficiales irrumpieron tumultuariamente en el edificio del diario El Tiempo, cuando José Carlos Mariátegui se disponía a escribir su colaboración para la edición del día siguiente. Las voces acaloradas y el recio taconeo de las botas colmaron la oficina de la redacción, hasta aislar al joven periodista. Desconcertado éste, incorporóse al lado del pequeño escritorio que ocupaba; inútilmente pretendió iniciar un diálogo, y apenas atinó a dirigir hacia el grupo una mirada penetrante. La palidez de su rostro destacaba en las pulcras líneas de su traje oscuro; su pequeña figura parecía perdida o abrumada por cuantos lo rodeaban o desde atrás se empinaban para divisarlo; y ante él, atlético, cetrino, vociferante, el teniente mencionado descargó su violencia contra el inerme escritor” (s/f:13).

La interpretación más difundida es que los oficiales reaccionaron violentamente porque Mariátegui afirmó que eran oficiales no por vocación militar sino por frustración personal, pero la violencia pública era parte del trabajo de los militares. Formaron las llamadas “fuerzas de choque” de los candidatos durante los procesos electorales en las primeras décadas del siglo XX. Manuel Vicente Villarán afirma que: “Las autoridades apoyaban y dirigían a uno de los bandos. Soldados con disfraz o sin él, tomaban parte en el combate cuando era necesario” (1962:199). Los soldados también intervenían en esta violencia sin ningún tipo de restricción. Las autoridades de turno tenían en los soldados las fuerzas violentistas perfectas para continuar en el poder. Mariátegui era víctima de una acción violenta que sería una práctica usual del fascismo europeo.

En octubre de 1919, José Carlos Mariátegui y su gran amigo César Falcón, parten a Europa. Se ha dicho que partió como “propagandista” del gobierno de Leguía; que fue contratado para trabajar en las legaciones peruanas en varias ciudades de Europa; que recibió una beca para abandonar el país. Lo cierto es que, llegado a Europa, fue prácticamente dejado a su suerte. Su espacio principal es Roma y el norte de Italia; pero, también empezó a recorrer otros países: Francia, Austria, Alemania, Hungría, Checoslovaquia y Bélgica. Para regresar al Perú en marzo de 1923.

Luego de su regreso, Mariátegui inició una obra política-ideológica dirigida a difundir las ideas socialistas (el marxismo-leninismo) que abrazó en Europa. También, colaborar en la formación de una idea crítica sobre la realidad del país en el momento histórico que le tocó vivir. Así mismo, organizar las bases sociales de la nueva organización político que planificó fundar para lograr la verdadera transformación del país. Y, por último, ayudar en el esclarecimiento de los acontecimientos políticos, sociales y culturales que acontecían en el mundo. Estos cuatro aspectos son fundamentales en su obra. Y, en todos ellos, se percibe claramente el análisis desde el materialismo histórico y dialectos, así como, el entendimiento a partir de un análisis de clase. Por ello, sus aportes interpretativos son considerados como geniales por una gran cantidad de intelectuales a nivel mundial.

Aportes sobre el Fascismo

En diversas conferencias, artículos y otros textos, Mariátegui realizó diversos comentarios, análisis e interpretaciones sobre el fenómeno político, ideológico, social y cultural que significó la aparición del fascismo en la tercera década del siglo XX. El primer personaje por el analizado fue Benito Mussolini, considerado el líder de las organizaciones fascistas en Italia y muchos países de América Latina. Sobre él dijo:

“Fascismo y Mussolini son dos palabras consustanciales y solidarias. Mussolini es el anima­dor, el líder, el duce máximo del fascismo. El fascismo es la plataforma, la tribuna y el carro de Mussolini. Para explicarnos una parte de este episodio de la crisis europea, recorramos rápidamente la historia de los fasci y de su caudillo… Mussolini, como es sabido, es un político de procedencia socialista. No tuvo dentro del socia­lismo una posición centrista ni templada sino una posición extremista e incandescente. Tuvo un rol consonante con su temperamento. Porque Musso­lini es, espiritual y orgánicamente, un extremista. Su puesto está en la extrema izquierda o en la extrema derecha” (1987:13).

La descripción que realizó de Benito Mussolini es el reconocimiento de un espíritu aventurero, facilista, infantil y, sobre todo, extremista. Miembro del Partido Socialista Italiano sin mayor preparación ideológica y política. Se colocó al extremo de sus camaradas mostrando apasionamiento y repitiendo frases hechas. Para luego, simplemente dejar esa posición extremista en la izquierda y convertirse en un militante extremista de derecha, con las mismas características (espíritu aventurero, facilista, infantil y, sobre todo, extremista), pero ahora al servicio de la gran burguesía y del sistema capitalista. La biografía política de Mussolini no es ni única ni original, es una constante en la historia de las sociedades a nivel mundial. Mariátegui agregó que:

“El socialismo italiano reclamó la neutralidad de Italia. Mussolini, inva­riablemente inquieto y beligerante, se rebeló contra el pacifismo de sus correligionarios. Propugnó la intervención de Italia en la guerra. Dio, inicialmente, a su intervencionismo un punto de vista revolucionario. Sostuvo que extender y exasperar la guerra era apresurar la revolución europea. Pero, en realidad, en su intervencio­nismo latía su psicología guerrera que no podía avenirse con una actitud tolstoyana y pasiva de neutralidad” (1987:13-14).

Mussolini, en extremo, fue un fundamentalista, asumió que la Guerra Mundial era el momento propicio para iniciar una gran revolución en toda Europa. Pensó que militarizando la opción revolucionaria se pasaría a una etapa de cambios. Se opuso a las visiones internacionalistas que son la base del comunismo. Esa “marginación” que sufrió en la toma de decisiones al interior del partido, lo llevó a reaccionar contra el mismo. Mariátegui anotó:

“Llegaron la victoria, el armisticio, la desmovili­zación. Y, con estas cosas, llegó un período de desocupación para los intervencionistas. D’An­nunzio nostálgico de gesta y de epopeya, aco­metió la aventura de Fiume. Mussolini creó los fasci di combatimento: haces o fajos de com­batientes. Pero en Italia el instante era revolucionario y socialista. Para Italia la guerra había sido un mal negocio. La Entente le había asig­nado una magra participación en el botín. Olvi­dadiza de la contribución de las armas italianas a la victoria, le había regateado tercamente la posesión de Fiume. Italia, en suma, había salido de la guerra con una sensación de descontento y de desencanto. Se realizaron, bajo esta influen­cia, las elecciones. Y los socialistas conquistaron 155 puestos en el parlamento. Mussolini, candidato por Milán, fue estruendosamente batido por los votos socialistas” (1987:14).

Sintiéndose rechazado por el Partido Socialista, Mussolini se alejó de su antigua organización y alegando un revanchismo militarista, decidió organizar a la juventud italiana ávida de llegar al poder y hacer de Italia la “antigua potencia que alguna vez fue”. Ese es el Mussolini impuso la violencia y el terror como método político de su nueva organización. Los “Camisas Negras” empezaron su política del terror. Marchas al estilo militar y consignas beligerantes reemplazaron a la “lucha de clases”. Pero, Mussolini jamás estuvo solo.

“Algunos disidentes del socialismo y del sindi­calismo se enrolaron en los fasci aportándoles su experiencia y su destreza en la organización y captación de masas. No era todavía el fascismo una secta programática y conscientemente reac­cionaria y conservadora. El fascismo, antes bien, se creía revolucionario. Su propaganda tenía matices subversivos y demagógicos. El fascismo, por ejemplo, ululaba contra los nuevos ricos. Sus principios -tendencialmente republicanos y anti-clericales- estaban impregnados del confusionis­mo mental de la clase media que, instintivamente descontenta y disgustada de la burgue­sía, es vagamente hostil al proletariado. Los so­cialistas italianos cometieron el error de no usar sagaces armas políticas para modificar la actitud espiritual de la clase media. Más aún. Acentua­ron la enemistad entre el proletariado y la pi­ccola borghesia, desdeñosamente tratada y mo­tejada por algunos hieráticos teóricos de la or­todoxia revolucionaria” (1987:15).

Las relaciones entre el proletariado y la pequeña burguesía son interpretadas como Mussolini como el origen del movimiento fascista en Italia. Muchos de los líderes del Partido Socialista y Comunista –a nivel mundial- provienen de la pequeña y mediana burguesía. Pero, en una estructura social concreta, existen espacios sociales donde la pequeña burguesía y el proletariado no presentan grandes diferencias económicas, más sí ideológicas y políticas. Entonces, una limitación permanente en la representación política del Partido Socialista –y del Partido Comunista- es esa incapacidad de los elementos de la pequeña burguesía en “proletarizarse” ideológicamente para poder representar con mayor “autenticidad” a las clases explotadas. El intelectualismo petulante no permite que estos sectores profesionales de la pequeña burguesía con ideas socialistas puedan tender puentes con el proletariado y el campesinado que vende su fuerza de trabajo. Sobre D´Annuzio escribió:

“D’Annunzio no es fascista. Pero el fascismo es d’annunziano. El fascismo usa consuetudinariamente una retórica, una técnica y una postura d’annunzianas. El grito fascista de «¡Eia, eia, alalá!» es un grito de la epopeya de D’Annunzio. Los orígenes espirituales del fascismo están en la literatura de D’Annunzio y en la vida de D’Annunzio. D’Annunzio puede, pues, renegar del fascismo. Pero el fascismo no puede renegar de D’Annunzio. D’Annunzio es uno de los creadores, uno de los artífices del estado de ánimo en el cual se ha incubado y se ha plasmado el fascismo” (1987:18).

Como una construcción política coyuntural y de momento, el fascismo tomó elementos de diversas tradiciones ideológicas y las degradó a un simplismo activismo beligerante y violento en extremo. Pero, esto significó identificar el movimiento fascista con una suerte de “supremasismo cultural” que muchos sectores sociales italianos tenían –y quizás siguen teniendo-. La idea del Imperio Romano como una suerte de sociedad civilizatoria del mundo antiguo, ha generado la idea de superioridad cultural. Eso de “alguna vez fuimos un imperio” se repite tantas veces que termina siendo interiorizado y asumido como verdad divina y perpetua. Y, estos recursos son validados por intelectuales que comparten estas teorías. Así, si el mundo “académico” lo corrobora, es verdad. Mariátegui sostiene que:

“La personalidad de D’Annunzio es una personalidad arbitraria y versátil que no cabe dentro de un partido. D’Annunzio es un hombre sin filiación y sin disciplina ideológicas. Aspira a ser un gran actor de la historia. No le preocupa el rol sino su grandeza, su relieve, su estética. Sin embargo, D’Annunzio ha mostrado, malgrado su elitismo y su aristocratismo, una frecuente e instintiva tendencia a la izquierda y a la revolución. En D’Annunzio no hay una teoría, una doctrina, un concepto. En D’Annunzio hay sobre todo, un ritmo, una música, una forma” (1987:20).

 D´Annuzio es utilizado por Mussolini porque se encuentra “más allá de toda ideología”. Su activismo político oculta cualquier intento de edificación de una estructura ideológica concreta, que se exprese en una propuesta política para los sectores sociales que se asumen portavoces del movimiento. Por ello, como indicó Mariátegui:

“El fascismo conquistó, al mismo tiempo que el gobierno y la Ciudad Eterna, a la mayoría de los intelectuales italianos. Unos se uncieron sin reservas a su carro y a su fortuna; otros, le dieron un consenso pasivo; otros, los más prudentes, le concedieron una neutralidad benévola. La In­teligencia gusta de dejarse poseer por la Fuer­za. Sobre todo cuando la fuerza es, como en el caso del fascismo, joven, osada, marcial y aven­turera” (1987:24).

Esta aclaración que hace Mariátegui es muy importante. Muchos intelectuales de la pequeña burguesía sienten su “sentido de importancia” si miles de jóvenes de las clases populares les muestran “respeto y admiración”. Entonces para mantener ese “respeto y admiración” modifican su lenguaje y pensamiento para convertirlo en el elemento de atracción de su séquito social. El fascismo al ser juvenil, vertiginoso y beligerante, fue atractivo para aquellos sectores temerosos de perder los espacios logrados en épocas anteriores.

  • “La inteligencia es esencialmente oportu­nista. El rol de los intelectuales en la historia resulta, en realidad, muy modesto. Ni el arte ni la literatura, a pesar de su megalomanía, dirigen la política; dependen de ella, como otras tantas actividades menos exquisitas y menos ilus­tres. Los intelectuales forman la clientela del orden, de la tradición, del poder, de la fuerza, etc., y, en caso necesario, de la cachiporra y del acei­te de ricino. Algunos espíritus superiores, algunas mentalidades creadoras escapan a esta regla; pero son espíritus y mentalidades de excepción. Gente de clase media, los artistas y los literatos no tienen generalmente ni aptitud ni elan revolucionarios” (1987:27).

Esta relación entre inteligencia y violencia; entre reflexión y beligerancia, hizo del fascismo un movimiento atractivo para las pequeña y mediana burguesía en ascenso. Lo que determinó que sectores de la gran burguesía se encuentren entre la obligación de apoyar el fascismo o sucumbir ante él. De esta manera, el fascismo se transformó en la fuerza que protege el sistema capitalista, a la clase dominante y el modelo económico vigente. Los jóvenes de los sectores populares que se encontraban en el proletariado, se han transformado en lumpen proletariado. Ahora están al servicio de la clase que los explota. El mismo Mariátegui hace una radiografía del movimiento fascista:

La radiografía realizada por Mariátegui nos ayuda a entender cómo surgió el fascismo y la composición ideológica, política y social de sus principales actores. Esto marcó el movimiento fascista en todo momento. Jamás lo pudieron superar porque esta limitación se transformó en una fortaleza hasta el momento previo de la Segunda Guerra Mundial. Cuando los fascistas sintieron que perdían vigencia en su propio país, no dudaron en iniciar un repliegue “no estratégico” y fueron ocultándose en la faz de la política mundial. Pero, antes, el propio movimiento fascista presentó seudo fisuras:

“Los fascistas se encontraron flanqueados por elementos liberales, democráti­cos, católicos, que ejercitaban sobre su mentali­dad y su espíritu una influencia cotidiana ener­vante. En las filas del fascismo se enrolaron, además, muchas gentes seducidas únicamente por el éxito. La composición del fascismo se tornó espiritual y socialmente más heteróclita. Mu­ssolini no pudo por esto, realizar plenamente el golpe de Estado. Llegó al poder insurreccionalmente; pero buscó, en seguida, el apoyo de la mayoría parlamentaria. Inauguró una política de compromisos y de transacciones. Trató de lega­lizar su dictadura. Osciló entre el método dicta­torial y el método parlamentario. Declaró que el fascismo debía entrar cuanto antes en la le­galidad. Pero esta política fluctuante no podía cancelar las contradicciones que minaban la uni­dad fascista. No tardaron en manifestarse en el fascismo dos ánimas y dos mentalidades antitéticas” (1987:29).

Era la propia realidad de la composición interna del fascismo lo que lo convertía cada vez más violento y beligerante. No tenían forma de detenerse para realizar una suerte de “mea culpa” y asumir nuevos objetivos. El fascismo estaba totalmente obsesionado con el poder y, cuando lo tuvieron, simplemente no supieron que hacer con él. De esta manera, Mussolini alcanzó el liderazgo más, jamás logró dirigir a la clase dominante italiana. La gran burguesía italiana adoptó y adaptó a Mussolini bajo su manto de intereses. El gran conductor del fascismo italiano terminó siendo un títere de la gran burguesía. Incluso, hasta capitalistas extranjeros se sintieron cómodos con este nuevo Mussolini adiestrado para atacar al llamado “Peligro Comunista”. Por ello, el fascismo se transformó en anticomunista. Y esto fue del total agrado de la gran burguesía. Ahora contaban con otra fuerza armada para su defensa. Una fuerza mucho más beligerante y violenta que los mismos soldados profesionales. Por ello:

“El experimento fascista, cualquiera que sea su duración, cualquiera que sea su desarrollo, apa­rece inevitablemente destinado a exasperar la crisis contemporánea, a minar las bases de la so­ciedad burguesa, a mantener la inquietud post-bélica. La democracia emplea contra la revolu­ción proletaria las armas de su criticismo, su ra­cionalismo, su escepticismo. Contra la revolución moviliza a la Inteligencia e invoca la Cultura. El fascismo, en cambio, al misticismo revolucio­nario opone un misticismo reaccionario y nacio­nalista. Mientras los críticos liberales de la revolución rusa condenan en nombre de la civi­lización el culto de la violencia, los capitanes del fascismo lo proclaman y lo predican como su propio culto. Los teóricos del fascismo niegan y detractan las concepciones historicistas y evolucionistas que han mecido, antes de la guerra, la prosperidad y la digestión de la burguesía y que, después de la guerra, han intentado renacer reen­carnadas en la Democracia y en la Nueva Liber­tad de Wilson y en otros evangelios menos pu­ritanos” (1987:36-37).

Referencias:

González-Prada, Manuel. Figuras y Figurones. Editado por la Librería y Distribuidora Bendezú. Lima-Perú. 1969.

Lostaunau Moscol, Augusto. La agresión contra José Carlos Mariátegui en 1918. En: Diario UNO. Domingo 16   de junio de 2019. Lima-Perú.

Mariátegui, José Carlos. La Escena Contemporánea. Empresa Editora Amauta. Lima-Perú. 1987.

Mariátegui, José Carlos. El Deber del Ejército y el Deber del Estado. En: Nuestra Época N° 1. Lima, 22 de junio de 1918. (Edición facsímile).

Rouillon, Guillermo. La Creación Heroica de José Carlos Mariátegui. Tomo I: La Edad de Piedra (1894-1919). Editorial Arica S.A. Lima-Perú. 1975.

Tauro del Pino, Alberto. Sobre la Aparición y la Proyección de Nuestra Época. En: Nuestra Época Edición Facsímile. Empresa Editora Amauta. Lima-Perú. s/f.

Villarán, Manuel Vicente. Costumbres Electorales. En: Páginas Escogidas. Talleres Gráficos P. L. Villanueva S. A. Lima-Perú. 1962.

*Ponencia leída en la Conferencia: Biología y Ocaso del Fascismo: Mariátegui, Precursor en la lucha contra el Nazifascismo. COODE-UNFV. Museo José Carlos Mariátegui. Sábado 11 de mayo de 2024. Lima-Perú.

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