Por Jorge Elbaum, 7 de agosto de 2024
Los recurrentes conflictos en el Cercano Oriente se suelen presentar como una sucesión de atentados terroristas, bombardeos a población civil y ejecuciones suprajudiciales. Lo que no se suele explicar es el triple entramado estructural que origina tal derramamiento de sangre en la región y que termina generando inestabilidad a nivel global.
El primer elemento que explica tal situación es el sometimiento colonial que sufren cinco millones de palestinos. En segundo término, íntimamente vinculado al primero, es la percepción mayoritaria dentro de Israel de que su seguridad estratégica depende exclusivamente de la supremacía militar. Y, en tercer término –pero sin duda más relevante que los anteriores–, las disputas por un nuevo orden global que enfrenta en la actualidad al G7 con el Sur Global.
Esta colisión tiene uno de sus epicentros en el Cercano Oriente porque supone el control del paso entre Asia, África y Europa, tanto a través del Mediterráneo como del Golfo Pérsico. Los BRICS+, liderados económicamente por China y militarmente por la Federación Rusa, apuestan al fortalecimiento de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), el crecimiento de los proyectos de La Nueva Ruta de la Seda y la consolidación de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS).
Por su parte, el Departamento de Estado promueve el Corredor Económico India-Medio Oriente-Europa, conocido como IMEC, del que forman parte la India, Europa occidental, Arabia Saudita, Jordania, Israel y Emiratos Árabes Unido (EAU). El Corredor, protocolizado en Abu Dabi en febrero pasado, busca desacoplar a Nueva Delhi de los BRICS+ y al mismo tiempo rodear a Teherán en dos direcciones: el Corredor Este, que prevé conectar a la India con el Cercano Oriente, y el Corredor Norte, que buscará su enlace con Europa Occidental. El intento de bloqueo, que incluye sanciones unilaterales, se buscó ahondar mediante los Acuerdos de Abraham, con los que se impulsa las relaciones diplomáticas entre Israel, Arabia Saudita, Jordania, Egipto y Bahréin.
En Ucrania y en el Cercano Oriente, se entablan conflictos que incluyen enfrentamientos militares directos y fuerzas sustitutas o subsidiarias conocidas como proxy. Dichas disputas se llevan a cabo a través de conflagraciones abiertas y/o de guerras híbridas, en las que se utilizan aparatologías bélicas ligadas a formatos psicológicos, cognitivos, propagandísticos e informacionales, dispuestas a manipular a la opinión pública global.
El carácter híbrido del conflicto ubica la acción terrorista del 7 de octubre como una operación orientada a interrumpir la consolidación de los Acuerdos de Abraham y, al mismo tiempo, poner en duda la consolidación del IMEC. El objetivo, en términos tácticos, pretendió superar el aislamiento buscado por el G7, entorpeciendo simultáneamente el IMEC y la ampliación de los acuerdos de Abraham. Todo eso –afirman fuentes iraníes confiables– a costa de perder la base de lanzamiento de misiles de Gaza. En este marco, el asesinato del líder de Hamás Ismail Haniyeh, en Teherán, aparece como borroso, más allá de haber sido ejecutado por Israel.
El complejo habitacional en el que residía el dirigente palestino conocido como Neshat es administrado y vigilado por el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, organización militar controlada directamente por el Ayatolá Alí Jamenei (foto). Analistas persas conjeturan que un explosivo de esas características solo pudo ser emplazado con la complicidad de integrantes de dicho cuerpo militar, interesados en que el presidente electo Masoud Pezeshkian –quien juró su cargo una semana antes– se vea imposibilitado de cumplir sus compromisos electorales respecto a mejorar las relaciones con Occidente.
Otro de los argumentos que fundamentan tal apreciación es que Hamás y la Autoridad Nacional Palestina (OLP y Al Fatah, entre otras organizaciones) firmaron el último 21 de julio un acuerdo de unidad para “poner fin a la división”, en el marco de una convocatoria impulsada por el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi. Dichos acuerdos, según las mismas fuentes, no contribuyen a fortalecer el Eje de la Resistencia liderado por Irán.
El ataque terrorista de octubre se inscribe dentro de la campaña de Teherán por debilitar al socio prioritario de Estados Unidos en la región, quien a su vez intenta estrangular a la Revolución islámica. La escalada planteada por Israel, que incluye la masacre sobre población civil de Gaza, pretende al mismo tiempo el debilitamiento de los Ayatolas y el intento por comprometer a Washington con el objeto de lograr un consentimiento para atacar las plantas centrifugadoras de enriquecimiento de uranio, ubicadas en Natanz y Fordow, a nivel subterráneo.
El conflicto ubica a Israel junto a Estados Unidos frente a la alianza liderada por Teherán, integrada por los palestinos de Hamas, los libaneses de Hezbolá y los hutíes yemenitas. Sin embargo, el teatro de operaciones es más amplio: enfrenta al globalismo contra las lógicas soberanas que cuestionan tanto las practicas neocoloniales como el injerencismo unilateral de Occidente.