55 años de la Comunidad Industrial

El día en que los trabajadores conocieron las entrañas de las empresas

Jorge Perazzo

Una audacia sin precedentes

El 1 de setiembre de 1970, el general Juan Velasco Alvarado promulgó el Decreto Ley 18384, que creaba la Comunidad Industrial (CI). Se trataba de un golpe directo al corazón del capitalismo clásico: los trabajadores ya no serían simples asalariados, sino copropietarios progresivos de las empresas, con derecho a utilidades, acciones y voz en la gestión.

“Si ya no hay revolución, entonces el gobierno militar ya no se justifica. Nuestra revolución es para que los trabajadores sean dueños de lo que producen”.
Juan Velasco Alvarado, 1971

La audacia de la reforma despertó entusiasmo en fábricas, minas y servicios. Por primera vez, el obrero veía reconocida su dignidad como productor y no solo como mano de obra.

“De ser empleados pasamos a ser socios”

En los años iniciales, la Comunidad Industrial significó una verdadera escuela de poder obrero. Los sindicatos, hasta entonces limitados a la protesta y la negociación salarial, accedieron a los balances, a la contabilidad y al reparto de utilidades.

“De ser empleados pasamos a ser socios. Yo recuerdo la primera vez que vimos los libros contables de la fábrica. Era como entrar a un mundo prohibido: supimos cuánto ganaba realmente la empresa y por fin podíamos discutir de igual a igual”.
Testimonio de un dirigente textil de la SNI, Lima, 1972

La creación de la Confederación Nacional de Comunidades Industriales (CONACI) dio a los trabajadores una plataforma nacional. Para muchos, aquello fue el inicio de un sueño: unidad proletaria, control de la producción y un futuro socialista.

El grito de alarma empresarial

Pero mientras los obreros celebraban, los empresarios sintieron que la propiedad privada estaba en riesgo. La Sociedad Nacional de Industrias denunció que la CI era “una expropiación encubierta” y un atentado contra la iniciativa privada.

“Los patrones nos decían que la empresa era suya y que nosotros debíamos obedecer. Con la Comunidad Industrial les demostramos que sin obreros no había empresa, ni riqueza, ni país”.
Excomunero de la metalmecánica, testimonio recogido por el IEP en 1976

La tensión fue inevitable: cada directorio con representantes comuneros era una batalla ideológica. Cada pliego sindical tenía ahora la fuerza de la información financiera que los obreros manejaban.

El desmontaje: la contrarrevolución de 1975

Con el golpe de Morales Bermúdez en 1975 comenzó la contrarrevolución silenciosa. Por presión de los empresarios y el viraje del gobierno hacia políticas conservadoras, la Comunidad Industrial fue recortada y desnaturalizada:

  • Se limitó la participación obrera al 33% del capital.
  • Las acciones colectivas se transformaron en acciones individuales canjeables.
  • Nuevas empresas quedaron excluidas del modelo.

“Nos dieron acciones como quien da monedas para callar. Ya no teníamos poder de decisión, solo papeles que podían venderse. Fue el principio del fin”.
Obrero de la industria del calzado, Arequipa, 1978

El desmontaje coincidió con la adhesión del Perú a las políticas de apertura y con el debilitamiento del proyecto nacionalista de Velasco. La Comunidad Industrial, emblema de la soberanía obrera, fue convertida en un recuerdo.

Lo que significó para la clase trabajadora

  • Mayor poder de negociación en los convenios colectivos.
  • Unidad sindical y comunera en defensa de derechos.
  • Conocimiento de la gestión empresarial, rompiendo el mito de que los patrones eran los únicos “sabios” de la economía.
  • Participación real en utilidades y acciones, un paso hacia la redistribución.

Como afirmaba un obrero de la industria pesquera:

“Por primera vez supimos que la riqueza también era nuestra, que nuestro esfuerzo tenía precio y valor. Eso no se olvida nunca”.

Del taller a la memoria: un legado vivo

Hoy, al cumplirse 55 años, la Comunidad Industrial aparece como un hito de soberanía productiva. En contraste, el Perú actual vive un proceso de desindustrialización: dependemos de importaciones, incluso de alimentos básicos, y nos hemos convertido en una sociedad de servicios y consumo.

Comparar esta experiencia con casos actuales como Huawei, donde los trabajadores poseen el 99% de las acciones, nos recuerda que la propiedad obrera puede generar innovación, creatividad y mejores beneficios colectivos. Lo que en el Perú fue truncado, en China se ha convertido en motor de desarrollo global.

Una reforma única

La Comunidad Industrial no fue perfecta ni estuvo exenta de contradicciones, pero representó un acto de audacia histórica. Fue el intento más serio de democratizar el capital en el Perú y de demostrar que los trabajadores no solo producen riqueza: también tienen derecho a dirigirla.

“Nuestra revolución fue para devolverle al pueblo lo que el pueblo produce. La Comunidad Industrial es el símbolo de esa justicia”.
Juan Velasco Alvarado

55 años después, recordar la Comunidad Industrial es recordar que la dignidad obrera y la justicia social siguen siendo tareas pendientes en el Perú.

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