La cruzada de las fundaciones y ONG contra el «demonio marxista»

Nestor Hokan

Lejos de haber quedado sepultada, en la Guerra Fría, la batalla inquisitorial contra la herencia insumisa de Karl Marx no ha desaparecido. Muy por el contrario, se ha incrementado. Durante las dos primeras décadas del siglo XXI,

las diatribas contra el autor de El capital y sus supuestas «incomprensiones» y «vacíos» continúan repitiéndose mecánicamente. Los dardos envenenados del mainstream apuntan contra la tradición emancipatoria marxista y los procesos de transformaciones sociales a ella asociados; esto, en muchas partes del mundo, especialmente en Nuestra América.

En esta última región del Sur global, las embestidas y empujones contra la Revolución cubana, así como también contra los procesos de transformaciones sociales que tienen lugar en Venezuela y Bolivia, no han cesado un minuto por parte de las principales potencias imperialistas. Ya sea en el ámbito inmediato de carácter político-militar, ya sea en las mediaciones de la esfera política, ideológica, cultural, académica y comunicacional.

Sin desconocer ni subestimar en lo más mínimo el constante ejercicio de la fuerza material por parte del principal gendarme de Occidente (que continúa construyendo bases militares propias ubicadas en la mayoría de los países sometidos (Luzzani, 2012, pp.192-193), así como también recurriendo a golpes de Estado clásicos, con el uso de policía y fuerzas armadas, invasiones militares, bombardeos, amenazas de intervención extraterritorial, asesinatos de líderes populares de movimientos sociales rebeldes, atentados con explosivos, intentos de magnicidios, etc.), debido al carácter de nuestra investigación, nos concentraremos preferentemente en la instancia política e ideológica. Focalizaremos nuestro análisis crítico en los intentos de legitimación de la contrainsurgencia que pretenden sustentar su accionar apelando a diversas caricaturas prefabricadas de la obra de Karl Marx destinadas a neutralizar su influencia sobre los movimientos sociales antisistémicos y sus potenciales rebeliones.

En tiempos sombríos, se vuelve imprescindible explicar hasta lo obvio. Pues bien, en la lucha de clases contemporánea, cuando la aldea global experimenta una explosión comunicacional que ha comprimido el espaci yel tiempo a escala lanetaria (Harvey, 1998, pp. 9, 313, 392), el conflicto ideológico y cultural ha tomado el centro de la escena. Pero las ideologías no flotan en el aire ni se difunden por generación espontánea.

El accionar de la contrainsurgencia no se sustenta en una idea deshilachada que competiría, en un supuesto mercado puro y en una esfera pública inocente e incontaminada, contra otra idea igualmente aislada. No se trata, en la época del imperialismo, de comparar una hipótesis suelta con otra hipótesis opuesta para así sopesar y contrastar cuál de las dos resulta más aceptable y «racional». Un mundo angelical de intercambios comunicativos, inmaculados y vírgenes; ajenos, por completo, a las presiones y operaciones de distintas instituciones, desprovistos por completo de ideología y de intereses económico-sociales. La construcción cotidiana de la hegemonía, necesita mucho más que simples ideas (o, en su defecto, de significantes vacíos y flotantes).

Hacen falta instituciones dedicadas a instalar, fomentar, sostener y difundir determinadas ideologías (por ejemplo, los axiomas dogmáticos de la economía neoclásica, popularmente conocidos como neoliberalismo), en detrimento de y en confrontación continua contra otras ideologías (como es el caso de los marxismos antiimperialistas y anticolonialistas del Sur global).

Para lograr tales fines, las instituciones en danza son múltiples y heterogéneas, incluyendo, desde ya, los grandes monopolios de (in)comunicación y (des) información, las academias, escuelas e iglesias. Pero la contrainsurgencia opera, en el plano ideológico, preferentemente con instituciones que se presentan ante la opinión pública como si no fueran tales, logrando de este modo mayor receptividad y efectividad. Es decir, como si permanecieran y actuaran dentro de una gran burbuja celestial que recibe el nombre de «sociedad civil», supuestamente ajena e indiferente a los conflictos de intereses, pujas, luchas y contradicciones sociales, y que, a su vez, mantendrían una autonomía absoluta por fuera de cualquier intervención (financiera, política o militar) de los Estados-naciones.

Dichas instituciones que se esfuerzan por no parecer lo que son, asumen el formato de ONG o de fundaciones. Aparentemente guiadas por fines puramente altruistas, filantrópicos, y en pos del bien genérico de la humanidad, sin intereses mezquinos de por medio ni dependencias estatales, clasistas o nacionales. En la vida real, por detrás de ese «ruidoso mundo de las apariencias» (según aquella feliz expresión que figura a final del cuarto capítulo del primer tomo de El capital, donde Marx desmonta con ironía el supuesto «Edén de los derechos humanos» (Marx, 1988a, p.215. Tomo 1, Vol. 1), la mayoría de las fundaciones y ONG responden a intereses clasistas sumamente precisos, estatales y nacionales. Instituciones que, muchas veces, intentan ejercer un sustitucionismo encubierto, reemplazando y ubicándose por encima de los movimientos sociales cuyos objetivos dicen apoyar (García Linera, 2017, pp. 10-11).

Tanto en los reiterados esfuerzos de restauración capitalista en Cuba como en diversos intentos contrainsurgentes de golpes de Estado en Venezuela, Honduras, Paraguay, Ecuador, Brasil y Bolivia (unos «blandos», otros clásicos; algunos momentáneamente triunfantes, otros fallidos), han proliferado diversos proyectos destinados a implementar la guerra psicológica, la manipulación de la opinión pública mediante fake news, la desacreditación de los liderazgos populares a través del lawfare, la cooptación sistemática de la intelectualidad y la articulación de fuerzas contrainsurgentes dotadas de un acumulado ideológico, que se propone disputar la hegemonía de la tradición marxista en el seno de la cultura política, en los movimientos sociales, en las academias y en particular entre la juventud universitaria. Incluso en el campo artístico-cultural y profesional.

No es casual que en las «guarimbas» (choques callejeros violentos), de Venezuela, y en las manifestaciones escandalosamente racistas de Bolivia, algunos segmentos de juventudes universitarias, en otra época atraídas y motorizadas por la izquierda marxista, hayan encabezado en el último lustro los ataques de ira antipopular contra el movimiento indígena, contra las mujeres trabajadoras, contra la clase

obrera, sus barrios humildes y los gobiernos populares. En todos estos casos, la puesta en escena, el marketing de los liderazgos, el accionar y los mecanismos de actuación (violenta o mediática) siguen, invariablemente, una matriz única de opinión y un libreto clonado, inoculado desde la pretendida «inocencia angelical» de poderosas ONG y fundaciones multinacionales (en su inmensa mayoría de origen estadounidense o incluso alemán), que reparten recursos financieros a diestra y siniestra, repitiendo siempre lugares comunes extremadamente sesgados y absolutamente falsos contra Karl Marx y su herencia «diabólica».

Entre las fundaciones y ONG que han operado en la mayoría de estos casos, sobresalen algunas muy notorias (fundamentalmente por su vinculación orgánica con la inteligencia estadounidense de la CIA y otras agencias de espionaje menos renombradas del mismo país), que desde hace varias décadas ofrecen becas, viajes de estudio, «pasantías académicas», abundante financiamiento para publicación de libros, folletos y cuadernos de trabajo, proyectos de investigación, exposiciones de arte y otros mecanismos clásicos de cooptación político-ideológica de las juventudes estudiantiles y del campo intelectual.

Entre las instituciones más célebres se encuentran las estadounidenses Ford Foundation ([Fundación Ford, creada en 1936 por el gran admirador de Hitler, Henry Ford, autor del libro El judío internacional —1920—], perteneciente a la empresa del mismo nombre, directamente caracterizada por Ángel Rama, Roberto Fernández Retamar, Fernando Martínez Heredia, Gregorio Selser y Daniel Hopen como una «tapadera de la CIA»); la Open Society Foundation ([Fundación Sociedad Abierta], perteneciente al magnate de las finanzas, George Soros); la USAID (United States Agency for International Development [Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional]); la NED (National Endowment for Democracy [Fundación Nacional para la Democracia]); la Carnagie Foundation [Fundación Carnagie]; la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales); la Rockefeller Foundation [Fundación Rockefeller, impulsada desde 1913]; así como la John Simon Guggenheim Memorial Foundation [Fundación Memorial John Simon Guggenheim, fundada en 1937, que otorga las becas homónimas] y el Programa Fullbright patrocinado por el Bureau of Educational and Cultural Affairs [Oficina de Asuntos educativos y culturales] del Departamento de Estado de los Estados Unidos (Stonors Saunders, 2001, pp.193, 199-200; Fernández Retamar, 1998, p.177; Mudrovcic, 1997; Borón, 2013, pp.125-126; Kohan, 2014, pp.134-138; Petras, 2014, pp.109-116).

Como bien ha señalado Stonors Saunders: «El empleo de las fundaciones filantrópicas» ha sido y sigue siendo «la manera más conveniente de transferir grandes sumas de dinero a los proyectos de la CIA sin descubrir la fuente a sus receptores» (Stonors Saunders, 2001, p.192).

En paralelo a estas instituciones y en forma complementaria en las tareas de cooptación, operan las fundaciones y ONG de las principales potencias europeas noratlánticas, principalmente de origen alemán, entre las que se destaca la Friedrich-Ebert-Stiftung (Fundación Friedrich Ebert) que promociona la revista socialdemócrata y «progresista» Nueva Sociedad; así como la Konrad-Adenauer-Stiftung (Fundación Konrad Adenauer), vinculada a la Democracia Cristiana. De las dos, la Ebert y Nueva Sociedad son las que poseen mayor arraigo y presencia en la región.

En esos proyectos de sistemática cooptación intelectual y disputa hegemónica, que interpretan instrumentos musicales diferentes pero que terminan a fin de cuentas entonando una misma melodía con modulaciones demasiado similares, dirigidas a deslegitimar la tradición rebelde inspirada en Karl Marx, proliferan un nutrido abanico de áreas vinculadas a las problemáticas más variadas.

Desde el capitalismo verde (presentado con el ropaje falso del «ecologismo», impugnador, por supuesto, del socialismo presuntamente «desarrollista y extractivista»); el capitalismo violeta (ofrecido con la jerga y los ademanes del «feminismo» liberal y posmoderno, cuestionador, demás está decirlo, del supuesto «patriarcalismo izquierdista» y del feminismo rojo) e incluso diversos relatos que, elaborados por integrantes del mandarinato intelectual de las fundaciones y ONG, se autopostulan como «subalternos» y superadores del racialismo tradicional (muchas veces difundidos a partir de los llamados «estudios poscoloniales» o también promovidos bajo el manto del «indigenismo» y el «indianismo», en franca oposición a la herencia de Karl Marx, pretendidamente «occidentalista», «blanca» y «colonialista»).

Exótico engendro identitario el de este «indigenismo» e «indianismo» cuyo virulento rechazo contra Marx y el socialismo no presenta ningún reparo ni remordimiento de conciencia al ser financiado por núcleos racistas y supremacistas anglosajones o pangermánicos que históricamente han defendido la anticientífica, mística y malsana «superioridad civilizacional, étnica y cultural de la raza aria» (como es el caso de Henry Ford, artífice de la Ford Foundation y autor del triste libro El judío internacional, alabado en numerosas ocasiones por Adolf Hitler).

Aunque la palestra y el repertorio de diversidades de los que se nutren dichas fundaciones y ONG resulta sumamente heteróclito en su división de tareas contrainsurgentes, existe un notable denominador común a todas ellas: la obsesiva y recurrente impugnación contra Marx y su corpus teórico, político y cultural y la desestimación de los marxismos del Sur global como herramientas útiles para los movimientos sociales rebeldes, la emancipación de las clases explotadas, los pueblos sometidos y las naciones oprimidas por el sistema mundial capitalista.

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